miércoles, marzo 09, 2011

Nada más.


Nada y todo. Todo aquello. Todo ahora. Y todo mañana. En esta época lluviosa vamos paso a paso fraguando la fábula. Nuestra fábula. Será para siempre. Quédate.


Nada más.


Sólo exijo eso. Tropezamos juntos en los perturbados estantes de estas humaedas que nos castigan sin reticencias. Allí te encontré. Y aquí estamos, trazando la estructura de nuestros espíritus.


Nada más.


Esta fábula llega libre de los inexorables pastos de bellezas añiles, ausente de ahogos añejos. Sucesora de otras fábulas que la brisa reflejó deslucidas, mi entelequia no sentía necesidad de volver a indagar en corazones errantes, hasta que, en un determinado momento, apareciste tú, lisonjera y apasionada. Por primera vez no había ni que preguntrarse por las posibilidades, por esa apurada y delicada naturaleza de las ocasiones.


Enseguida supe que nada más.


Quiero volver a invertir con fuerza la disimulada emboscada del amor, hacerlo una vez más, sin pensar en arcaicas miradas. Mientras todo se dirige hacia el ahora, y el ahora hacia una nueva estación. Ver por fin la vida abriéndose camino por el océano, dejando atrás la niebla húmeda.


Nada más.


Fotografías de espacios templados y embellecidos con intervalos de sonrisas. Cartas desordenadas escritas a la recluida conciencia que pretendía encajar los últimos movimientos del jeroglífico. Permanece el misterio de la existencia, pero la existencia cobra sentido y declina la clemencia de las emociones. Sumidos en el amor.


Nada más.


La efusión de las palabras antes dilapidadas confecciona los inusitados hechos presentes, sentimiento eterno del compromiso de la pasión. Sugestionados de los guiños a hurtadillas que despojamos a la vida, reaparecen de nuevo los ensueños reflejados en las sombras de la esencia viva.


Bocetos de una vida entera junto a ti.


Nada más.